Historias

martes, 9 de febrero de 2016

¿Recuerdas cuando...?

¿Puedes recordar cuando nos conocimos? ¿Te acuerdas de como empezamos a amarnos?

Yo aún recuerdo tu olor a after shave cuando te di el primer abrazo, como me sentí protegida entre tus brazos, como hundí mi nariz en tu cuello y como descubrí que ese era el lugar donde quería permanecer desde ese momento.

Recuerdo que cuando vi tus ojos azules discutimos porque según tú eran verdes y yo insistía en que era azul turquesa. Sólo esa estúpida discusión nos mantuvo entretenidos por horas y cuando nos dimos cuenta era el momento de volver a casa.

Ambos nos hicimos los locos, los remolones, tratando de alargar ese momento para no despedirnos. Creo que no recuerdo nunca haber caminado tan lento, aunque aún así nos pareció que nos habíamos dado demasiada prisa por llegar.

Esa no fue nuestra primera cita oficial, solo nos quedamos hablando mientras nuestro grupo de amigos iba menguando poco a poco quedándonos solos. Cuando llegó la hora de despedirnos nos contentamos con un beso en la mejilla, uno suave que se alargó en el espacio y se quedó revoloteando en mi cara durante horas, sintiéndome arder por la fuerza en la que mi corazón bombeaba la sangre por mis venas.

No fue la primera ni la última vez que aquellas conversaciones se alargaban, lo convertimos en una rutina que nos encantaba. Todas las tardes y noches se convirtieron en nuestro momento del día preferido. A veces las estrellas eran testigo de nuestras largas charlas interminables dónde nunca nos poníamos de acuerdo. Fue un descubrimiento tras otro, una sorpresa en cada palabra, un entendimiento excenétrico pero nuestro.

Recuerdo exactamente el día en que nuestros labios se rozaron por primera vez. Tu ibas vestido con aquella camiseta de los Rolling Stone y tus vaqueros negros. Llevabas el pelo ligeramente largo, y te tapaba los ojos. Yo me acerqué, como hacía siempre, para darte aquel beso de buenas noches que ya era habitual, cuando sacudiste el pelo para quitarte el flequillo de los ojos y con el movimiento nuestros labios chocaron.

Primero nos quedamos de piedra tratando de identificar que había sucedido y si había algún cambio en los ojos del otro, alguna reacción que implicara algún tipo de impedimento, con el miedo a perder a un amigo en el camino, y lo único que encontramos fue entendimiento. Supimos por el brillo y la emoción que ambos queríamos más. Deseábamos que aquello que empezó como una preciosa amistad se convirtiera en algo mayor, más grande. Nuestros labios se convirtieron en una sonrisa y esta vez nos besamos a conciencia, hasta perder nuestro mundo de vista, despegando los pies de la realidad y flotando en un vacío que hicimos nuestro.

Tu sabor a cerveza y tabaco me impactó en un principio, pero acabó por ser uno de mis sabores preferidos. Tú y tus vicios. Sólo tú.

Estoy segura de que recuerdas cuando hicimos oficial la relación. Nuestros amigos no se sorprendieron por haber empezado, lo hicieron porque creía que ya estábamos juntos. Cuando se lo contamos a nuestros respectivos padres en parte fue divertido ver como tu madre me analizaba para saber quien era la que quería robarle a su niño, y la oposición de mi padre porque “ Sabía lo que buscaban los hombres a esa edad” fue un gran momento de diversión para mi madre. Aunque finalmente claudicaron, y aceptaron lo que nos unía.

No eramos unos críos, pero tampoco eramos unos adultos, aunque creíamos que nos íbamos a comer el mundo con tus 19 años y mis 17. Ya decíamos que lo nuestro era para siempre, y que era amor del verdadero. Crecimos juntos en aquella relación, en saber el uno del otro, en querernos, en odiarnos, y en saber lidiar con los problemas que una pareja joven e inexperta arrastra consigo.

Los celos al principio fueron un problema para ambos. Discutíamos por tonterías y nos buscábamos las cosquillas constantemente, pero aquellos besos de reconciliación eran tan espectaculares que bien valía la pena un poquito de sufrimiento adolescente. Nuestros enfados eran tan épicos que nuestras reconciliaciones no podían ser menos apasionadas, tan y tan apasionadas que debido a ellas acabamos haciendo el amor por primera vez juntos.

Yo era virgen, y tú poco experimentando. Aprendimos juntos los juegos del placer y cuando vi tus ojos al entrar en mí lloré como la chiquilla que seguía siendo. Lo hice por la ilusión del que me miraba, por el amor que sentí, por aquellas mariposas que avivaste en mi estómago y en todo mi cuerpo, pero también lloré por el dolor, el pellizco que demostraba que te lo había dado todo. Tu solo sabías acariciarme y besarme la cara consolándome y diciéndome cada una de tus fantásticas palabras. Me cuidaste he hiciste magia.

Cuando vi que no era la única en derramar unas lágrimas, que tu rostro estaba también bañado en ellas, solo pude sonreír. Nuestra felicidad sabía a sal.

Sé que aprendí a quererte antes incluso de notarlo. Sé que siempre serás una parte importante de mí. Sé que te quiero y que pase lo que pase seguiremos juntos y aprenderemos a vivir con lo que nos venga, porque ambos sabemos que queremos hacer feliz al otro.

Quiero que me prometas que aunque nunca me olvides, serás feliz. Quiero saber que aunque todo acabe aquí y ahora me seguirás amando, pero que regalaras tu amor a alguien más. Te mereces ser amado, mereces amar, y créeme cuando te digo que sabes hacerlo.

¿Cariño, ves la luces? Ahí están, ya vienen a buscarnos, nos vamos a salvar. No llores, todo va a pasar. Nos vamos a seguir queriendo eternamente, verás que me sacarán de aquí y me harán vivir. Solo cree en mi fuerza y mis ganas de vivir.

Este accidente no podrá con nuestra historia, esto que me atraviesa no me hará desaparecer.

Adiós cariño, siempre te querré.