¿Puedes recordar cuando
nos conocimos? ¿Te acuerdas de como empezamos a amarnos?
Yo aún recuerdo tu olor
a after shave cuando te di el primer abrazo, como me sentí protegida
entre tus brazos, como hundí mi nariz en tu cuello y como descubrí
que ese era el lugar donde quería permanecer desde ese momento.
Recuerdo que cuando vi
tus ojos azules discutimos porque según tú eran verdes y yo
insistía en que era azul turquesa. Sólo esa estúpida discusión
nos mantuvo entretenidos por horas y cuando nos dimos cuenta era el
momento de volver a casa.
Ambos nos hicimos los
locos, los remolones, tratando de alargar ese momento para no
despedirnos. Creo que no recuerdo nunca haber caminado tan lento,
aunque aún así nos pareció que nos habíamos dado demasiada prisa
por llegar.
Esa no fue nuestra
primera cita oficial, solo nos quedamos hablando mientras nuestro
grupo de amigos iba menguando poco a poco quedándonos solos. Cuando
llegó la hora de despedirnos nos contentamos con un beso en la
mejilla, uno suave que se alargó en el espacio y se quedó
revoloteando en mi cara durante horas, sintiéndome arder por la
fuerza en la que mi corazón bombeaba la sangre por mis venas.
No fue la primera ni la
última vez que aquellas conversaciones se alargaban, lo convertimos
en una rutina que nos encantaba. Todas las tardes y noches se
convirtieron en nuestro momento del día preferido. A veces las
estrellas eran testigo de nuestras largas charlas interminables dónde
nunca nos poníamos de acuerdo. Fue un descubrimiento tras otro, una
sorpresa en cada palabra, un entendimiento excenétrico pero nuestro.
Recuerdo exactamente el
día en que nuestros labios se rozaron por primera vez. Tu ibas
vestido con aquella camiseta de los Rolling Stone y tus vaqueros
negros. Llevabas el pelo ligeramente largo, y te tapaba los ojos. Yo
me acerqué, como hacía siempre, para darte aquel beso de buenas
noches que ya era habitual, cuando sacudiste el pelo para quitarte el
flequillo de los ojos y con el movimiento nuestros labios chocaron.
Primero nos quedamos de
piedra tratando de identificar que había sucedido y si había algún
cambio en los ojos del otro, alguna reacción que implicara algún
tipo de impedimento, con el miedo a perder a un amigo en el camino, y
lo único que encontramos fue entendimiento. Supimos por el brillo y
la emoción que ambos queríamos más. Deseábamos que aquello que
empezó como una preciosa amistad se convirtiera en algo mayor, más
grande. Nuestros labios se convirtieron en una sonrisa y esta vez nos
besamos a conciencia, hasta perder nuestro mundo de vista, despegando
los pies de la realidad y flotando en un vacío que hicimos nuestro.
Tu sabor a cerveza y
tabaco me impactó en un principio, pero acabó por ser uno de mis
sabores preferidos. Tú y tus vicios. Sólo tú.
Estoy segura de que
recuerdas cuando hicimos oficial la relación. Nuestros amigos no se
sorprendieron por haber empezado, lo hicieron porque creía que ya
estábamos juntos. Cuando se lo contamos a nuestros respectivos
padres en parte fue divertido ver como tu madre me analizaba para
saber quien era la que quería robarle a su niño, y la oposición de
mi padre porque “ Sabía lo que buscaban los hombres a esa edad”
fue un gran momento de diversión para mi madre. Aunque finalmente
claudicaron, y aceptaron lo que nos unía.
No eramos unos críos,
pero tampoco eramos unos adultos, aunque creíamos que nos íbamos a
comer el mundo con tus 19 años y mis 17. Ya decíamos que lo nuestro
era para siempre, y que era amor del verdadero. Crecimos juntos en
aquella relación, en saber el uno del otro, en querernos, en
odiarnos, y en saber lidiar con los problemas que una pareja joven e
inexperta arrastra consigo.
Los celos al principio
fueron un problema para ambos. Discutíamos por tonterías y nos
buscábamos las cosquillas constantemente, pero aquellos besos de
reconciliación eran tan espectaculares que bien valía la pena un
poquito de sufrimiento adolescente. Nuestros enfados eran tan épicos
que nuestras reconciliaciones no podían ser menos apasionadas, tan y
tan apasionadas que debido a ellas acabamos haciendo el amor por
primera vez juntos.
Yo era virgen, y tú poco
experimentando. Aprendimos juntos los juegos del placer y cuando vi
tus ojos al entrar en mí lloré como la chiquilla que seguía
siendo. Lo hice por la ilusión del que me miraba, por el amor que
sentí, por aquellas mariposas que avivaste en mi estómago y en todo
mi cuerpo, pero también lloré por el dolor, el pellizco que
demostraba que te lo había dado todo. Tu solo sabías acariciarme y
besarme la cara consolándome y diciéndome cada una de tus
fantásticas palabras. Me cuidaste he hiciste magia.
Cuando vi que no era la
única en derramar unas lágrimas, que tu rostro estaba también
bañado en ellas, solo pude sonreír. Nuestra felicidad sabía a sal.
Sé que aprendí a
quererte antes incluso de notarlo. Sé que siempre serás una parte
importante de mí. Sé que te quiero y que pase lo que pase
seguiremos juntos y aprenderemos a vivir con lo que nos venga, porque
ambos sabemos que queremos hacer feliz al otro.
Quiero que me prometas
que aunque nunca me olvides, serás feliz. Quiero saber que aunque
todo acabe aquí y ahora me seguirás amando, pero que regalaras tu
amor a alguien más. Te mereces ser amado, mereces amar, y créeme
cuando te digo que sabes hacerlo.
¿Cariño, ves la luces?
Ahí están, ya vienen a buscarnos, nos vamos a salvar. No llores,
todo va a pasar. Nos vamos a seguir queriendo eternamente, verás que
me sacarán de aquí y me harán vivir. Solo cree en mi fuerza y mis
ganas de vivir.
Este accidente no podrá
con nuestra historia, esto que me atraviesa no me hará desaparecer.
Adiós cariño, siempre
te querré.