Te fuiste dejando lo mejor de ti dentro de mi corazón. Me dejaste sin un adios, sólo con tus labios sobre los míos, sobre mi frente, mis párpados y una sonrisa en la cara. Me susurraste un “hasta el próximo amanecer” y nunca lo cumpliste.
Me quedé esperándote día tras día, junto a tu foto, sentada en nuestra cama y la cara llena de lágrimas hasta que estas se secaron convirtiendo mis mejillas en cartón, sucias por el paso del tiempo, por la acumulación de la sal, por mis manos luchando y tratando de borrarlas para no hacerlo real.
Aún no entiendo cómo conseguiste colarte por las fisuras de mi coraza hecha de metal. Aún trato de averiguar cómo lograste que confiara de nuevo, como hiciste para hacerme reír, como me devolviste a la vida rescatandome de aquel agujero donde yo misma me hundí.
Fuiste construyendo poco a poco una escalera con tu voz, tus consejos, tu alegría y tu optimismo. Cada día creabas un peldaño nuevo y yo cada día subía por el para poder escucharte mejor, verte mejor, sentirte mejor.
Cuando llegué al final de aquella escalera cogistes mis manos entre las tuyas, me ayudaste a dar el salto final y cuando creí perder el equilibrio por el ansia de volver a respirar libertad, tus brazos me rodearon sujetándome para evitar mi caída en un mundo en el que todo empezaba de nuevo girar.
Me ayudaste tanto física, como mentalmente a superar mis miedos, mi inseguridad. Me enseñastes a vivir la vida real, que no era un cuento lleno de magia y hadas, pero no por ello debía estar mal.
Me explicaste que hasta aquello que nos hace daño es bueno para el alma, que sin ello no sabríamos apreciar lo bueno. Que nos hace más fuertes, más sabios, nos ayuda a crecer y a comprender que las cosas que suceden tienen solución, aunque a veces no sea la que queremos.
Me hablabas de tus sueños como algo tangible, real. Me decías que lo único imposible es aquello que no intentamos y que del fracaso se aprende una nueva forma de como no hacer las cosas.
Nada te parecía una pérdida de tiempo, porque vivir no podía ser malo, porque todo aportaba experiencia ¿Cómo íbamos a saber que algo nos aburría sino lo intentábamos?
Lo único que no me enseñaste fue a vivir sin ti de nuevo. Como superar que pasaran tres largos amaneceres hasta que te encontraron en la cama de un hospital, sin identificación, sin vida.
Mis días y mis noches fueron igual de oscuros unos que otros. La agonía que sentía solo quería tirar de mí hacia donde tú estabas. Me quería dejar ir, quería que la pena me llevara para acabar con el sufrimiento y reunirme contigo.
Estaba agotada de este vacío y me dejé cubrir por la oscuridad.
Aún me pregunto si fue real, si aquello fue sólo producto de la desesperación, pero eras tan real, tan tú.
Eran tus palabras diciéndome que no era el fin. Que no querías verme así. Que no me salvaste para verme morir.
Me suplicaste que viviera, que no podía dejarte morir de nuevo. Que yo era tu voz, tu experiencia, tu alma y corazón. Me dijiste que mientras que yo luchara seguirías vivo en mí. Que amara, que enseñara, y que viviera por ti y ante todo por mí.
Ese fue un nuevo amanecer. Tal vez cumpliste tus últimas palabras ya que en mis sueños me viniste a ver por última vez.
Precioso !! Y bonita tu! Me ha encantado 😘😘😘😘
ResponderEliminarPrecioso !! Y bonita tu! Me ha encantado 😘😘😘😘
ResponderEliminarPrecioso Marta! Me encanta la capacidad que tienes para expresarte a través de la escritura. Genial!
ResponderEliminarMuy bonito Marta!! Que melancolía... Besos!!
ResponderEliminar