Sentada en el
tercer vagón del la línea 9, mientras tenía entre mis manos uno de mis
adorados libros, una imagen del recuerdo perforó mi mente. Unos ojos
brillantes y azules rodeados de las pestañas más espesas y negras que
había visto en mucho tiempo.
Hacía
un tiempo, cuando yo era una niña, me encontré con esos mis ojos, solo que en aquella ocasión fue en la línea
1, pertenecían a un niño de aproximadamente mi edad de aquella época,
unos 13 o 14 años. Vestía una camisa blanca, y unos tejanos de color
azul. Se puso justo delante de mí. Su piel era pálida, tanto que hacía
resaltar esos ojos aún más. Su cabello negro caía sobre su frente,
rozándole las pestañas y me dejó hipnotizada.
Recuerdo que pensé que se trataba de un ángel bajado del cielo, con la sonrisa más bonita que jamás había visto.
Durante
unas cuantas paradas, estuvimos uno frente al otro, yo tan perdida en
su mirada que apenas podía avanzar en mi lectura. Pero la conexión se
perdió cuando mi parada llegó y tuve que bajar sin poder saber si alguna
vez, en algún otro lugar, podría encontrar de nuevo aquella mirada.
Sí, era exactamente igual que en aquel instante, leyendo mi libro preferido, pero con 12 años más sobre mi espalda.
Me
hizo feliz acordarme de la inocencia de aquella niña que habitaba en
mi. Como una simple mirada movía mi mundo. El impulso de aquella imagen
me arrancó una sonrisa radiante. Mis ojos lagrimearon de la emoción.
Aparté la vista de mi libro, miré hacia delante, y mi cara de sorpresa se
despertó.
Frente
a mí, 12 años más tarde, aquellos ojos volvieron a mirarme. Aquella
sonrisa mágica, aquel pelo negro algo más corto, y aquellas espesas
pestañas que me perdían, todo ello era igual, pero ya hecho todo un
hombre.
Quise
pensar que él también me recordó, que también fui un recuerdo de su
niñez, solo sé que me sonrió, se acercó a mí y se sentó a mi lado.
A
través del cristal de la ventana, que quedaba frente a mí, pude ver sus
expresiones. Cambiaba de idea, se notaba en sus continuas muecas que alternaba con bajar la mirada al suelo.
Al fin se giró, me sonrió, y su voz sonó a gloria cuando me preguntó.
- ¿Eres aquella niña, verdad?
Me sorprendió su voz. Era dulce, pero fuerte. Me giré para mirarle, y comprobar que no eran imaginaciones mías. Busqué mi voz en el interior de mi cuerpo. Las fuerzas para realizar aquella pregunta.
Me sorprendió su voz. Era dulce, pero fuerte. Me giré para mirarle, y comprobar que no eran imaginaciones mías. Busqué mi voz en el interior de mi cuerpo. Las fuerzas para realizar aquella pregunta.
- Entonces ¿me recuerdas?
Con
esas dos simples frases supimos que aquella experiencia fue algo
inolvidable para ambos. Así fue cómo volvimos a contactar, cómo esta
vez siendo adultos, nos facilitamos datos de contacto, y cómo gracias a
un viaje en metro encontré a la persona que estaba destinada a mí. A
aquel que estuve esperando y que hizo volver la magia a mi corazón.
Creo que esa sonrisa, que al mirarle despertaba en mí, nunca la volveré a perder, porqué el sueño de una joven se hizo realidad.
Creo que esa sonrisa, que al mirarle despertaba en mí, nunca la volveré a perder, porqué el sueño de una joven se hizo realidad.
Y
ya dicen que cuando encuentras el amor el mundo se tiñe de rosa, y la
otra persona se ilumina como un ángel, que te llena de alegría y
emoción, al igual que dice el dicho "el amor se encuentra cuando
menos lo esperas", y que "más vale una triste sonrisa que la tristeza
de no saber sonreír", porqué nunca sabes quien te puede estar mirando.
09/06/2011
09/06/2011

No hay comentarios:
Publicar un comentario