Estoy sentada en este sofá en el que
nos dimos tantos besos, me hiciste el amor y donde un día
confeccionamos la lista que tengo en las manos.
Aún recuerdo como fue todo, desde el
mismo momento en que nuestros ojos se cruzaron en aquel bar al que
acudíamos habitualmente, pero donde nunca nos habíamos cruzado
hasta aquel preciso momento. Llámalo destino, llámalo casualidad,
solo sé que fue lo suficientemente mágico para que te colaras en
mis pensamientos.
También recuerdo que no fue, ni de
lejos, la primera vez que hablamos, solo nos miramos. Nos rehuíamos
y sonreíamos al pensar “Crees que no te he visto mirarme, pero lo
he hecho”.
Eramos solo un pensamiento en la mente
del otro, y entonces me levanté y me fui. Huía de aquello por miedo
al rechazo, por miedo a las palabras que mi mente repetía una y otra
vez antes de que fueran pronunciadas por tus labios. Y me arrepentí.
Claro que lo hice. Lloré tu ausencia sin conocerte, hice y deshice
para volver a coincidir contigo en aquel lugar, pero no volviste. No
te volví a ver.
¿Habías sido un espejismo? ¿Era a
consecuencia del alcohol? No eras perfecto para nadie, salvo para mí.
Tus gafas de pasta, tu pelo por los hombros color castaño claro, tu
cuerpo espigado y casi excesivamente delgado para tratarse de un
hombre. Vale, no eras el sueño de ninguna, pero eras mi sueño y eso
me bastaba.
Habían pasado meses de aquella primera
vez cuando te acercaste por mi espalda, no para hablar conmigo, sino
para pedir una copa. Te escuche y algo en mi cuerpo me dijo que debía
girarme y mirarte. Allí estabas, viva imagen de mi locura. No eras
un espejismo, no podías serlo. Levanté la mano movida por la
desesperación y la puse sobre tu pecho, solo para poder comprobar
que eras tangible, y lo eras. Mis ojos no se apartaban de mi mano
sobre tu corazón. Pasaron unos segundos hasta que me dí cuenta de
que te había tocado sin venir a cuento. Noté mis mejillas arder,
mis ojos abrirse de par en par, y una pequeña sonrisa nerviosa
estirar mis mejillas hasta casi tocar mis orejas.
- Esto... ¿estás bien?
Tus primeras palabras estaban
destinadas a valorar si estaba bien mentalmente, claro, porque
aquello no era normal. Alcé mis ojos y te vi mirarme, darte cuenta
de quien era yo, y tu mano salió disparada hacia la mía,
sujetándola en aquel punto donde tu corazón empezó a taladrar tu
pecho. Creo que fue el momento exacto en que supe que aquello que
sentía, aquella electricidad, aquel movimiento en mis tripas y
aquellas voces en mi cabeza que me gritaban “no dudes más”, era
todo causado por el miedo a saber que te había encontrado. Que ya no
podía hacerme la tonta frente al amor, frente al hecho de volver a
sentir mi corazón galopando a toda velocidad queriendo estamparse
contra el tuyo.
Así empezó todo, nuestro caos de
relación. Nuestras idas y venidas, nuestras peleas por querernos
demasiado. Aquellas tontas palabras hirientes de dos inexpertos en el
campo del amor. Fue cuando quise quererte hasta siempre, cuando
aprendí a compartirme contigo. Cuando dejé de ser egoísta y quise
darte lo que era. Cuando quise aceptar un compromiso y que eramos dos
en la ecuación. Llevaba tanto tiempo sola, tanto tiempo sin dar
explicaciones, que tuve que aprender a marchas forzadas. Y lo hice,
te aprendí, me aprendiste, nos entendíamos incluso a gritos. Me
escuchabas, que es mucho decir, y no solo te dedicabas a oírme.
Entonces nos sentamos, aquí, en este
mismo lugar, cuando empezamos a compartir un hogar en común y nos
prometimos que haríamos cosas juntos más allá de estas paredes que
ahora nos ahogaban y nos comprimían. Decidimos hacer una lista de
cosas que queríamos hacer juntos y que no queríamos dejar pasar
solo por no tener el tiempo suficiente.
La verdad es que cumplimos con casi
todos los puntos muy rápido. Nos fuimos de viaje a Nueva York, algo
que sin duda era nuestra prioridad. Fuimos a comer a uno de esos
restaurantes exclusivos que hay sobre los edificios más altos y
desde donde podíamos contemplar la ciudad entera. Nos hicimos un
tatuaje a juego, aunque diferentes, para que solo nosotros supiéramos
su significado. Nos escribimos un cuento corto, donde yo era tu musa,
y tu mi príncipe azul. Nos preguntábamos cada día como nos había
ido el día, y ese era nuestro momento mágico abrazados en este
sofá.
Después fuimos cumpliendo cosas más
tranquilamente, como ver en concierto al grupo que tocaba la segunda
vez que nos vimos. Dejarnos notas en la nevera cada vez que nos
teníamos que separar por temas de trabajo. Ir a aquella casa rural
que tanto nos gustaba, pero que se salía de nuestro presupuesto.
Viajar y ver el mundo. Hacer una sonrisa de cada mañana. Que cuando
nos peleábamos, que era muy normal en nosotros, nos escucharíamos
antes de sacar conclusiones precipitadas. Comer pez globo los dos a
la vez. Nadar entre tiburones.
En definitiva un largo etcetera de
siete años de relación, que aunque no sea mucho, fue tan intenso
como real.
Había dos puntos, dos que siempre
habíamos tenido en la zona oscura de aquel bonito recopilatorio de
intenciones, pero que tan bien supimos cumplir. El primero, ser
sinceros y si alguna vez aparecía una persona entre nosotros que nos
pudiera lastimar y degradar nuestra relación lo diríamos. Y el
último... nunca decirnos adios.
Supongo que este es tu modo de
despedirte, sin decirme esa palabra que tanto duele y que tan rota me
deja.
Esta mañana he encontrado esta lista
que tantos años nos ha acompañado sobre la mesa que ahora mismo
tengo delante y que sigo mirando desde hace tres horas sin poder
creerme lo que ha pasado. Sigo dándole vueltas a la cabeza, al
corazón, sigo pensando que debe ser una broma macabra, porque esa
opción, la de una persona interponiéndose entre nosotros estaba
marcada, tachada, indicándome que estaba hecho, que ahí estaba la
prueba. Había pasado y me lo estaba diciendo, estaba siendo sincero.
Él se había ido con otra y me había dejado, eso sí, sin decirme
adios.
Ay madre mía, que triste... Que forma de decirle lo que había pasado, que bien le venían dos hostias...
ResponderEliminarAy madre mía, que triste... Que forma de decirle lo que había pasado, que bien le venían dos hostias...
ResponderEliminarQue angustia y que triste la historia.
ResponderEliminarEste tipo de dolor, es uno de los que marcan de por vida. Ainss...